Ella no cede más
Esta mañana ha abierto los ojos y los ha sentido más secos que nunca. Es decir, su inagotable fuente de lágrimas saladas, al fin cedió al fin. Entonces se sienta sobre el colchón. Se destapa y bosteza casi con emoción; acaricia la cama, su lado y el lado de él -o el que fuera de él-. Sonríe, pero esta vez no es forzado, siente que por más que quiera, las lágrimas la han abandonado y no nacerán más. Se echa de nuevo, estira sus articuladas articulaciones; sus huesitos suenan y la llenan de sabiduría ancestral. Se huele el hombro derecho, huele a planta, es que le gustan las plantas. Se levanta al fin y se mira desde el cuello para abajo, el pijama le estorba y se lo quita, entonces queda desnuda. Mira los tatuajes repartidos por toda su anatomía, cándidos, relajados, ellos saben pero no saben y -honestamente-, ella prefiere que por ahora callen. Entra al baño, enciende la ducha y guarda las navajas que hubiera comprado; las envuelve en una toalla, las guarda debajo del lava