Él trata de captar lo esencial de la mirada de la modelo. Trazos finos, delgados, que casi parecen notas flotando; todo para captar la mirada perdida de su modelo.

No es simplemente captar sus rasgos y plasmarlos en el lienzo como si fuese un retrato de esos que hacía en la Plaza hace años por unos cuantos pesos. Puede que captar la esencia misma de la modelo le cueste toda la credibilidad que se ha ganado y el respeto que ha cosechado.

-Un poco más a la derecha, el mentón directo hacia mí. La boca, aja, ese ángulo está perfecto.

-¿Porqué no me sacas una foto y luego me pintas?, te inspiras en la foto, así no tengo que estar años sentada en la misma posición para que me pintes…, digo, ¿no es más cómodo?

-Shhh, ¡has movido el mentón de nuevo! ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo?

Colores raros, mezclas absurdas que dan por creación una suerte de matices inexistentes.

-¿Puedes bajar tus brazos y cruzarlos como hace un rato?

-Pero es que no quiero que se me vean las pechugas.

-Sólo hazlo, por favor.

-Bueno.

Trazos pendientes de curvas maternales en potencia. Pezones lúdicos y afrodisiacos, pero ni ella ni él se inmutan. Es hasta insoportable la complicidad que se profesan; ella bella, segura de sí misma. Él genio, esbozando en el lienzo crema contornos femeninos y salvajes.

-¿Cuándo vamos a terminar?

-No sé, y si sigues hablando, seguramente que nunca.

-¿Se verán después igual de lindos? Mis pechos, digo.

-No sé. Supongo que sí.

-¿Te obsesionan?

-No.

Ha captado el límite tolerado entre lo pulcro, erótico, deseable y permisible, tal vez vaya a ser uno de sus mejores cuadros.

-¿No se notará que es peluca, no?

-No.

Permisos violados y forzados a hacerse legítimos, rebeldía con causa –como subrayaba cada vez que se embriagaba- y momentos espontáneos de pura realidad escondida detrás de una peluca castaña.

-Mi madre me mataría, digo, si es que llega a enterarse…, este cuadro es para ti y para mí, ¿no ve?

-Aja. Silencio.

Hechos clandestinos que solamente ellos dos saben. Furtivas visitas al médico, depresiones esporádicas, justificaciones Divinas sobre el qué y el porqué de las cosas.

Hace un mes más o menos, tuvo una pérdida –gemelar- o eso dijo el médico de consulta rápida y barata. No ha tenido que hacerse ningún tipo de intervención quirúrgica ¡–gracias a quien quiera-! Como diría él. “No es tiempo de un embarazo y menos en su condición” diríase el médico barato.

No han tenido tiempo de asimilar lo ocurrido. Ella sigue pensando en que le queda mucho por vivir y es feliz –a su manera- él solamente trata de plasmar su belleza más pura y más genuina en un lienzo viejo que guardaba en su dormitorio. Lo guardaba para una pintura privativa, por el material del mismo y todo lo demás. Se lo trajeron de Lyon.

-¿Piensas en los bebés?

-Trato de no.

-¿Porqué?

-Porque no.

-Yo pienso, pero igual…, hmm no es que me den pena, sé que están mejor por allá…

-¡Deja de mover los brazos!

-Estas histérico de nuevo.

-¡Sí, claro que sí! A la mierda con esta pintura, ¡¿quieres o no que te pinte?!

-No sé. Me trauma un poco esta cuestión de los pechos.

Se acerca, le toca la nunca y le da un largo beso, traspasándole por la dermis, la lengua y la yema de los dedos, sensaciones de serenidad y sosiego.

-Amor. Deja que termine el cuadro, vas a estar preciosa, lo juro.

-Bueno.

No logra trazar lo demás. Su cintura salió perfecta, los brazos están bien, le inquieta que a ella no le guste cómo quedaron los pechos. Fijó las clavículas exquisitamente bien y la cara con la mirada perdida lo atormenta; no porque no haya plasmado su mirada, sino porque siente que ella está demasiado ausente y necesita de su histeria, de sus insultos, de su inmadurez y de sus besos pornográficos.

Está débil. La radioterapia y la quimioterapia no le dan margen para su histeria, sus insultos, su inmadurez o sus besos pornográficos, mas ella se siente en paz y justificada por todos los dioses.

-José… ¿Nos vamos a casar, verdad?

-Sí.

-¿Cuándo?

-Cuando tú quieras, princesa.

Sonríe desglosando momentos compartidos antes. Como: cuándo se conocieron, cómo se dieron el primer beso, la primera vez que hicieron el amor y ella confesó amarlo con lágrimas. Momentos de sol, tesoros que solamente ella y él podían entender porque les pertenecían.

En diecinueve años José era lo mejor que le había pasado.

-Cuando me operen, ¡me pondré el doble de lo que tengo!

-No inventes, tus pechos son bellos así.

-¡Pero es que quiero usar escotes de barzola! Jaja.

-Shhh, no te muevas.

Han pasado varias horas; la inminente vuelta a la realidad la obliga a vestirse y a prometerle que terminarán el cuadro cuando se sienta mejor. Las náuseas la atacan y quiere descansar y tal vez comer.

Semana tras semana su enfermedad la consume. La radioterapia y la quimioterapia han comenzado a dejarle llagas y hematomas profundísimos en su carne, casi no habla, y se ha convertido en una personita de 43 kilos. José mira el lienzo y con la imagen de su novia llena de vida, traza líneas imaginarias para terminar el trabajo. Es bella, es bella en todo sentido, pero la angustia lo corroe. Se supone que es inminente…, su muerte, la muerte de ambos.

No son como Romeo y Julieta, son como José y Ana. Su historia… Ana muere físicamente, -es inefable-, él muere espiritualmente. El lienzo yace apoyado frente a la cama de él, lo mira y sonríe; no llora y no ha llorado, por ahora es un ente sin principio ni fin.

¿Por qué? –Se pregunta él-.

¿Por qué? Reflexiono yo. Vida hija de puta –me repito-. Yo quisiera ser ella y ella yo.

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