Voy a dejar mi vida a un lado bien dormida. 
Con tantas millas recorridas, ahora descansa la vida mía.
Al dejarla me desprendo de pasiones, de olores y sabores. De sensaciones septembrinas, de olor a tronco viejo y lluvia y hojas secas y composta de bosque, de truenos y relámpagos, de tristezas y alegrías que ha vivido la pobrecita.

Dibujo al dejarla las caras de todos mis amantes, todos los momentos vividos y los días descontados de mi vida, llena de aranhazos y canciones a medias. De caminatas nocturas y de día, de palabras enmarcadas en silencios a veces incómodos, de tareas cotidianas, de una vida vivida a medias o vivida completa, en facetas dividida, en colores y retratos y en inviernos y otonhos y primaveras y veranos sepultados en flores ínfimas, secas y podridas.

Voy a dejar mi vida en una esquina, olvidada y chiquita, gris y apaleada. Al dejarla manifiesto que las alegrías portadas en todos los anhos, casi siempre fueron genuinas y aunque pocas, fueron muchas y aunque tristes, fueron bellas y así dejo la mía vida lento, despacio, como susurro de amante dejando a su otra parte acostada en el lecho. Con delicadeza me despido, vida mía, fuiste buena y fuiste mala, más buena que mala.

Dejo a mi vida solita e indefensa, porque me trajo demasiadas dolencias y si bien ahora soy consciente, tomo con cordura la decisión de dejarla, es porque tanta vivencia empalaga. Por eso dejo mi vida y no me asombra su resistencia todos los días una pelea en contra de la ciencia y las buenas costumbres, hasta donde mi cuerpo decide que es demasiado y es el ocaso. Dejo mi vida porque es lo que último que de decencia esparcida queda.

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