Todos los días empuja su carrito rojo a alguna esquina conocida para vender sus productos. Hamburguesas de carne canina, choripanes de dudosa procedencia, pollo a la lavandina… A las 3 de la mañana vuelve a su casucha, buena plata ganada, que ya está destinada.

Todas las mañanas vende el periódico; noticias escalofriantes que ella vivió alguna vez, ahora es libre, con cinco crías y sigue, su conciencia entierra lo que pasó por el ‘92.

Siempre que ella pasa por esa otra esquina, le ruega por una moneda que seguro está por allá, pero se niega a dársela, porque todos estos chicos “no son reinsertables en la sociedad”, y más vale “prevenir que lamentar”.

Todas las noches él se iba a la cama llorando. Se tomaba la dosis no tan exacta de antidepresivos y dormía como una piedra porque para eso sirven principalmente los psicotrópicos, ¿no? Unas semanas después, luego de un lavado de estómago pavoroso, es instalado en su catre en el altillo, procurando los demás no hacer nada y hacer todo al mismo tiempo, ¡nunca se debe dejar a un trastornado sólo!

Dos semanas después, el mismo está enterrado en un cementerio fashion, rodeado por flores de colores, con el cuello perforado por una bala que nació para él.

Poco después, los ricos están lejos y los pobres están cerca. Los viejos se van a la Luna, los jóvenes se quedan en la Tierra… ¿Qué pasa hoy? ¡Nada! Seguir con la existencia, que a veces parece más llevadera, pero en la esquina derecha y en la protuberancia de la izquierda, es seguir sobreviviendo, con todo lo que venga, ¡lo que venga!

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