3ra



Aún caminas descalza, los pies sobre la base de la tierra, o la tierra que te ensucia las plantas de los pies. -Es lo mismo-.

Sigues en la nube de nítidos bautizos: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… Hoy te llamas”:                                                  lo olvidé. ¿Tú no?

Todavía me tomas el pelo con la mano izquierda e intentas hacerme una inmensa cola de avestruz: ¿qué?

No sé.

Aún te veo -por la ventana-, cantar canciones infantilísimas. Ensordecedoras notas que suplantaban gritos de ratas grandotas y brebajes absolutos. Protegías mi vida como si se tratase de la tuya…, solo que mejor. ¿Con más adhesión?

Hoy. Hoy nada. Hoy me miras discreta, callada, la pena que sientes por mí está más que subrayada; filantrópica tu misión, -en serio-, no sé ¡qué haces en este escuadrón! ¿O es que todavía merezco un poco de tu alterada misión?

Sigues trepando -sin fin- a la torre envuelta de mí (sucios moscardones, diría Rimbaud) ¡Ja! Ya no preciso, ¡te lo he dicho!

Y yo bajo... Bajo escalones deformes para encontrar la carretilla verde desvencijada de Lübeck -te dije- los monjes me querían en la carretilla a mí, no a los fantasmas apercolladores…

Frías catacumbas por debajo de mis uñas, emiten ruidos audaces como de “desligaduras” y ahí camino yo; hasta cierto paralelismo me llevas de la mano, luego con una suave palmada en mi hombro murmuras algo, me despachas más abajo.

No quiero caminar. ¡El miedo es ahora partícipe de mis más despiadadas fantasías! Degolladuras poco negociables retuercen mi cerebro, llenándolo entero de imágenes con y sin velo.

I am alrigh. Ich bin gut. -Te repito-, ya no pasa nada; hoy soy más fuerte que cualquiera.



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