Tres amantes y un venado
En su rincón intenta entrever lo que están haciendo. Por más que la música sea fuerte, las imágenes tienen sonido. Mira como levanta su gigante mano y cómo la golpea con firmeza sobre la mesa. Los vasos tiemblan, los platos vibran y los cubiertos resuenan. Ella se queda atónita, esperando -obediente- la envestida en su cara, en su cuerpo, o donde sea que hoy él desee golpearla. Son una, pero son dos. La que escucha música y oye las imágenes en una esquina, y la presente, la que recibe los golpes que ahora parecen ser indoloros. Acaba la primera canción, y en los segundos donde comienza la otra, escucha el gruñido gutural del verdugo. Piano. Le cubre la boca con una mano y le golpea la cabeza con la otra, luego baja la mano que está en la boca hacia el cuello, lo presiona y la golpea bastante fuerte contra la pared. Eso, -seguro- le costará la vida que carga. La del rincón sigue mirando y repara en ponerle el máximo de volumen al aparatejo reproductor de música, pero