Tres amantes y un venado



En su rincón intenta entrever lo que están haciendo. Por más que la música sea fuerte, las imágenes tienen sonido. Mira como levanta su gigante mano y cómo la golpea con firmeza sobre la mesa. Los vasos tiemblan, los platos vibran y los cubiertos resuenan. Ella se queda atónita, esperando -obediente- la envestida en su cara, en su cuerpo, o donde sea que hoy él desee golpearla. Son una, pero son dos. La que escucha música y oye las imágenes en una esquina, y la presente, la que recibe los golpes que ahora parecen ser indoloros.
Acaba la primera canción, y en los segundos donde comienza la otra, escucha el gruñido gutural del verdugo.


Piano.


Le cubre la boca con una mano y le golpea la cabeza con la otra, luego baja la mano que está en la boca hacia el cuello, lo presiona y la golpea bastante fuerte contra la pared. Eso, -seguro- le costará la vida que carga.

La del rincón sigue mirando y repara en ponerle el máximo de volumen al aparatejo reproductor de música, pero ahora las imágenes se oyen más fuertes.

Después de insultarla un rato, deja de presionar el frágil cuello de pájaro de la mujer y decide gritarle improperios en este mundo y en otros. Los insultos son pepitas de trigo que ella puede tragar sin darse cuenta, pero la del rincón resuelve hacer algo definitivo, no como antes, eso de golpearlo, correr e irse, sintiéndose luego -por breves instantes- la heroína de la otra y así resolviendo los verdaderos inconvenientes sólo un rato (como cuando escucha música, y todo es perfecto por breves minutos).


Pop.


Él decide parar con los insultos y continuar con la golpiza, y una vez que la mujer intenta defenderse, este la golpea con tal ímpetu que la mujer queda -por unos segundos- en un estado más bien cómodo.


Indie.


Se quita un audífono, luego el otro, mira a la mujer en el piso chorreando sangre, y decide salir del rincón, sin/con miedo y desafiar al bárbaro.

Él la mira, ella lo mira. Decide ponerse los audífonos de nuevo, con tal de evitar escuchar sus propios gritos y resuelve en sacar el cuchillito para carne de venado que tienen por ahí. El hombre la mira, expectante, moviendo el cuerpo de la otra de la futura escena del crimen y toma asiento en una silla de madera.

Con toda su fuerza corre hacia el hombre, y este se para y la golpea antes de que ella siquiera se dé cuenta. El cuchillo para carne de venado desaparece enterrado en la propia pierna de ella. Cae maltrecha, malherida, humillada y triste. El hombre la golpea brutalmente hasta que se cansa, dejándola entre el sublime cruce de inconciencia y la locura.

La mujer intenta levantarse, pero antes de poder hacerlo, el hombre la pega en el vientre, dejándola en el piso como un ovillo, protegiendo a su descendencia, que ya no está.

La otra proyecta ver el túnel con luz al final del que tanto le han hablado sus amigos sucumbidos y cree estar por llegar al final, pero la música, -esta vez piano con acordeón- la despiertan de  su casi muerte. Pretende no despertar. Siente un dolor agudo en el muslo derecho. “El cuchillo para carne de venado” -piensa-.

El hombre comienza a llorar sentado en su silla, toma agua de una jarra que se convierte sola en cómplice de la desgracia de los tres, manchándose de sangre de arriba abajo…

La otra remedia en levantarse, pero la sangre -que ya no sabe si es suya, del venado, de él o de la mujer- corre como nunca, entonces decide levantarse. Frágil, sin color, fría, propicio a la escena de fluidos sanguíneos saturados por ahí, resuelve mirar al hombre llorando en su silla, parece una escena casi tierna. El hombre sabe que la otra se ha levantado, pero no hace nada, puesto que prefiere ver a la mujer, quien lo mira desde adentro, asegurándole que -una vez más- que la vida que gestaba se ha ido para no volver más.

La otra busca. La otra procura. Se imagina el dolor que le ocasionaría sacar el cuchillo para carne de venado clavado en su pierna, y prefiere ni mirarlo, pero camina, lento.

Se seca el sudor inexistente y camina apenas en la habitación. El hombre la mira y no la mira, está cansado. La mujer sigue en el piso, abrazando su vientre, acariciando la sangre que sale de ella… Tibia, suave, espesa…

La otra decide coger otro cuchillo que está por ahí, el hombre la ve, se escucha una risita.

-¿Qué crees? -Pregunta-
-¿Me quieres matar? -Insiste-


Piano.


Ella camina hacia él, no tiene miedo, está tan cerca y tan lejos… Él se levanta, la mira, ella intenta lanzarse sobre él con el cuchillo y con un golpe de bestia la empuja sobre la mesa, el cuchillo desaparece entre toda la tragedia, el hombre la ataca, se abalanza, y con la música sonando dentro de ella, el hombre le quita el pantalón, le saca las bragas y antes de que pueda si quiera intentar evitarlo, el hombre la viola, la toma, la posee, la escupe, la acaricia, la besa, la empuja con fuerza y el cuchillo para carne de venado se entierra tan al fondo como él. Ambos, cuchillo y hombre, enterrados tan al fondo, que ya ni duele.

Todo termina, todo es un bosquejo de gente, de sangre, de lágrimas, de semen.
Si una no pare su descendencia, la otra lo hará, y así sucesivamente.
Ganas de muerte y ganas de vida. La mujer y la otra se ven juntas, como una, compartiendo sangre, compartiendo heridas, compartiendo vidas.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

La Pequeña Gran Democracia

Sois un Gilipollas

Hoy