La inseguridad de y para el perfécto estúpido latinoamericano

Se mira las uñas como si se tratasen de viejas prolongaciones de colgajos de piel (y es que lo son).

En tantísimos años, nunca se ha sentido tan vulnerable ni sensible hacia la luz solar y a los eritrocitos sublinguales; pero hoy se ha percatado de que los eritrocitos extrañan su piel toda y lisa, y que endeble como está, no puede caminar más con los colgajos de piel y uñas que pesan toneladas -dice-.
Hace varios días que tapa sus horas con cinta adhesiva color rojo. Bloquea los ojos de la otra hembra con alas de latón y de acero, kilómetros han recorrido, cada cual con su camada.

Si se siente violentada por lo que los otros de la manada disertan, debe cuidarse de no alterar las nociones del otro lado de la tropa, pues el estado homeostático en el que todos se han desenvuelto, ya no sería el mismo (ya no lo es, ya no lo es).

Hace pocas horas ha intercambiado fluidos corporales con una pequeñez que maúlla. Una maúlla, la otra ladra o habla -es lo mismo-, pero la experiencia la ha ahogado de tal manera, que lo único que ha podido hacer, es mirarse y mascarse las uñas de las manos y los pies como si se tratase del único pasatiempo que le queda.

¿Y si lo es?

No sabe qué esperar del resto de su tropa; sus crías la miran incrédula, primero la quieren, luego escapan, después (del sosiego) intercambian ideas degenerativas.
Se levanta y camina por el pasillo café; enfatizando el dolor que siente en las yemas de los dedos, piensa y re piensa sin llegar a ninguna conclusión convincente, pero pretende que algo la espera a las 6:00 de la mañana de mañana, o de la próxima mañana y así sigue.

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