¿Qué Pasó?

Me contaron que hace un par de noches no pudiste con tu carácter. Tomabas órdenes desordenadas y luego las trascribías a la máquina de escribir arcaica que se filtra por tu oreja, ¿es cierto? Luego de intentar cavilar la situación, te diste la vuelta y pisaste el rojo de tu delantal y casi tropiezas en la bruma de la música de hongos de atrás. ¿Eso también es cierto? ¿Cómo pudiste? El señor -a pesar de su acento- te pisa las huellas desde hace como dos años, te busca, te llama, se mete en tu cabeza y sale por tu nariz; te lanza granadas de flores y tú no las reconoces. ¿Es eso verdad también?

Ven y acuéstate, dime lo que piensas, vomita tus frustraciones.
Me han contado también que tomaste el metal redondo, se lo hundiste en los ojos y luego abriste los ojos y sólo lo habías deseado. Me contaron que quisiste sentarte en su mesa, decirle lo que había pasado en dos años no monitoreados. Veías cómo engullía su españolísima tortilla, te daba un poco de asco y desgano; ¿pretendías -tal vez- dejarlo pasar y olvidarte de su ánima un par de años más?

¿Qué crees ahora? Piensas que derivarle tus peores miedos y personajes favoritos, ¿amortiguará la situación? ¿Piensas que un golpe en la región frontal de una cabeza merece una ejecución? Dime qué piensas, ¡por favor!

Todavía no me queda claro lo que pasó después, pero el señor con acento español sigue allá, en su rincón, medicando a buenos y a villanos, a humildes y millonarios mercenarios. ¿Qué pasó? Dime, Camélida, qué pasó?

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