Al Final

Era impresionante cómo sonaban los huesitos!
Como que todavía no quedaba claro si eran huesos osificados o cartílagos en vías a ser huesos.
Solamente podía escuchar cómo el gran hombre panzón masticaba los huesos y se limpiaba la boca con el revés de su manga grasienta... leía y releía los manuscritos y se limpiaba la nariz con una servilleta ya utilizada, miraba de reojo con sus lentes al frente, para volver a concentrarse en la lectura; luego dejaba los manuscritos y engullía otro de los huesitos que ni tenían carne.
Podía ver que le ponía ketchup a la parte posterior e inferior de los huesos, esa parte donde suele estar un cartílago grande y blanco, donde cuando el bicho estaba vivo, se unía como conector entre la rótula y el fémur, el cúbito, el radio o lo que sea que estuviese engullendo el hombre. Al principio ví cómo desgarraba los tendondes firmes, cómo con mordidas tenaces desgarraba la carne tibia y se relamía los labios..., no me inquietaba el asco que eso me producía, sino que el sonido de los huesitos era inefable.

Me miraba, yo pretendía no mirarlo. Bajaba la vista y me concentraba en un punto exacto en la alfombra verde tan vieja, que se podía ver el piso.

Él sonreía, tomaba los manuscritos de nuevo, los leía, me miraba. Con la uña de su dedo meñique, un tanto más larga que las otras, recorría sus dientes y encías en busca de parte de los huesitos que pudieran haber quedado atrapados, luego hacía un grotesco sonido con su lengua, como limpiando el resto de su inmunda cavidad bucal, y tomaba un sorbo grande de cerveza Taquiña.

Al final dejó los manuscritos en la mesa, dejó de comer los inexistentes huesos (claro, porque se los acabó) y se acercó a mí. Con su mano derecha, oliendo a comida, tomó un poco de mi pelo y lo llevó detrás de mi oreja; se acercó y me dió un beso húmedo en la misma. Con su mano izquierda, tomó mi cintura y me abrazó; comenzó a besarme y juro que podía sentir el sabor a huesitos, ketchup y cerveza en sus labios..., subió y tomó uno de mis pechos, lo besó por encima de mi cuasi transparente camiseta y me dijo que si se la chupaba consideraría admitir los manuscritos.

Al final no lo hice. No solamente por el asco de tener que verle y peor, chuparle la verga a un tipo tan asqueroso como él, sino porque sabía que los manuscritos no valían la pena, -o una chupada-.

Qué bajo he caído, pensé.

Lo solté suave, tomé mis manuscritos y le dije que estaba bien, que tal vez en otra ocasión "pasaba algo", pero que ahora no. Al final de cuentas le debía; al final de cuentas no estaba ahí por mis manuscritos, al final de cuentas él pagó el aborto, y al final de cuentas él se comió los huesitos de su hijo.

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