Sinestesia

Cuando estaba azul se notaba a leguas, era una suerte de luz cegadora, más o menos como cuando uno se imagina la muerte, pero pues, nada que ver con eso, era como una intensidad pacificadora que traspasaba esquemas y entendimientos.

Cuando estaba amarilla, irradiaba seguridad y fuerza; le gustaba estar amarilla, pero prefería estar azul.

Cuando estaba anaranjada, estaba apesadumbrada por algún proyecto no claro, pero no perdía la línea divisoria entre estar bien y estar mal; le gustaba estar anaranjada, porque muchas veces podía escribir rápido y sin pensar y paría cosas decentes.

Cuando estaba verde, estaba fuera de sí. Lo único que quería era pasar de incógnito entre la gente, camuflarse como una hormiga entre el pasto, solo que ella era una humana en la Tierra.

Cuando estaba café se sentía sensual, estaba totalmente entregada a la fascinación que le despertaba el hecho de ser mujer, el hecho de saber que en ella se podían engendrar retoños y que tenía la capacidad de que mil amantes sucumbieran dentro de ella.

Cuando estaba celeste estaba benévola. Sentía que todos merecían una oportunidad para ser amados, perdonados y cuidados, “hayan hecho lo que hayan hecho”, -enfatizaba-.

Cuando estaba roja, estaba dolida, estaba vengativa y amarga, estaba dolida con todo el derredor que la miraba o intentaba ayudarla, hablarle, aconsejarle.

Cuando estaba negra, estaba puta. Nunca me explicó a qué se refería con puta, si puta “puta” de ser una puta, o puta perra, entendida en otro contexto meramente personal.

Cuando estaba blanca... no, me dijo que nunca se sintió blanca.

Cuando estaba ploma, estaba filosófica, decía sentirse superior a Nietzsche y Heráclito, era mejor que ellos, (decía).

Cuando estaba lila estaba consciente de todo, pero ¿qué era todo? Se hacía a la chiflada y nada, permanecía lila, sabiendo lo que pasaba sin quererlo saber.

Cuando estaba rosada se sentía estúpida. A veces era por la ligación de ese color con factores humanos tales como “enamorarse”, “querer” o incluso amar, sin embargo, creo que cuando está rosada se queda callada y nadie sabe nada; ni ella ni yo.

Ahora me confiesa que se siente mostaza... ¿cómo es sentirse mostaza? Y me responde que ni ella lo sabe, que cuando lo sepa me llamará y me concederá otra charla para que al fin pueda escribir sobre cómo es sentirse mostaza. Y le pregunto: ¿Como qué otros colores más te has sentido? Se queda mirando el piso y me dice: “muchos, solamente que no me siento sólo como los colores, sino que a veces los escucho, a veces los siento a mi lado, a veces los veo o a veces soy uno. Si te he contado sobre lo que me pasa ahora, y he decidido compartir solamente unos cuantos colores contigo, pues aguanta hasta que decodifique primero el mostaza y luego el resto; desde los que me visitan, los que me hablan, hasta los que siento, ¿vale?”

Vale, le digo. Y se va.

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